Isla de Tabarca, Alicante

   La isla de Tabarca, de Nueva Tabarca es una isla del mar Mediterráneo que se encuentra a unos 22 kilómetros de la ciudad de Alicante, a unos 8 km del puerto de Santa Pola y a poco más de 4300 metros (2,35 millas náuticas) del cabo de Santa Pola. Se trata de la isla más grande de la
Comunidad Valenciana y la única habitada. Administrativamente está considerada como partida rural de Alicante, y en ella se halla la ciudad de Tabarca, que contaba con 59 habitantes en 2013.

En la isla se han recuperado materiales de época romana, que evidencian que ya entonces debió estar poblada, aunque no se han localizado restos de construcciones que den fe de un poblamiento estable. No obstante, existen restos de una necrópolis y de pecios con ánforas, así como edificaciones quizá industriales. Probablemente se identifica con la Planesia de los antiguos griegos, que Estrabón describió como una isla peligrosa por la abundancia de escollos, hecho que podría confirmarse por los diversos naufragios de naves romanas que se han hallado en las cercanías de la isla. Otro argumento a favor de esta hipótesis es que el geógrafo ceutí al-Idrisi menciona la isla como (Blanāsīa), clara derivación del nombre griego.


Cuaderno de Bitácora.

Nos dirigimos al puerto de Santa Pola, para embarcar en un gran ferri que nos llevaba hasta la isla, estaba deseosa de llegar, ya que para mi después de estar viviendo una temporada en Alicante no la visite, caía un sol impresionante, allí parecía que el sol apretaba más que en ningún lado, cierto es que nos encontrábamos en medio de ese inmenso mediterráneo.
Nada más llegar con la mochila colgada y la nevera y pisar su suelo fue como entrar en un paraíso, barquitos pesqueros y gente de agrado en esta pequeña isleta. La primera imagen que desvelo mis ojos, ese gran mar cristalino con contrastes oscuros de sus arrecifes.
Verdaderamente fue todo una aventura, me adentre con mi tubo, las gafas, las aletas y otro paraíso encontré bajo el agua, cantidad de especies marinas peces preciosos y una vegetación marina que hacía que perdieras el rumbo, y ese sonido de sales y piedrecitas que acompañaban la visión.



Fotografía. Nuria de la Fuente